Túnez, día 41: Adaptación o cuestión de costumbres
Siempre me ha impresionado la capacidad del ser humano para adaptarse a casi cualquier situación. Será por eso por lo que aún seguimos dando vueltas por el universo a pesar del empeño colectivo en lo contrario.
La versión casera de la adaptación es la manera, a veces tan sencilla con la que nos acostumbramos a las cosas o con la que no nos acostumbramos a ellas.
Hace un par de días regresé a Túnez y lo primero que sentí fue un poco de miedo. Miedo a haberme acostumbrado. Todo me resultaba conocido. Ni siquiera el hecho de cambiar de hotel (impresionantes algunos de los hoteles donde me estoy alojando) me ha quitado esa sensación algo monótona.
Es el inconveniente de acostumbrase a las cosas, facilita la vida porque aprendes de la experiencia pero va mermando la capacidad de asombro.
Y sin capacidad de asombro esos pequeños detalles sobre los que ya he hablado van perdiendo su valor.
No estoy escribiendo sobre nada nuevo. ¿Cómo creéis que nació el puenting? La gente se acostumbra a su vida, pierde el interés por los regalos cotidianos y decide tirarse por un puente. Hasta que alguien vio el negocio y propuso que antes de tirarse la gente se atara a una cuerda. No por caridad sino porque muerto el cliente no repite el salto y eso no es rentable.
Pero me estoy yendo por las ramas, como siempre.
Durante mi viaje al sur, si, me han vuelto a mandar aquí, he realizado mi puenting particular. No ha sido nada premeditado. Me he despistado en la salida de la autopista, la única que hay en el país, y en vez de dar la vuelta he decidido atajar por vamos a llamarlas carreteras secundarias.-por no llamarlas cuaternarias que es cuando se debieron construir. Toda una inmersión en el Túnez profundo.
Si lo piensas bien no me he encontrado con nada que no me encontraría en España. Pequeños pueblecitos en mitad de ninguna parte, compuestos por tres casas y una calle, la carretera. Ancianos tomando café o te en la puerta del bar. Gente de campo recogiendo los aperos para regresar a sus casas. Niños jugando en las calles. Lo dicho nada alejado de lo que encuentras en algunas zonas de España, salvo quizás las ropas y los turbantes.
En eso iba pensando cuando me para la policía y van ya más de una docena de veces desde que he llegado. Enseño mi carné de conducir y al verme extranjero el agente me solicita el pasaporte. Esto ocurre en una carretera que la vamos a llamar así por el asfalto, ya que llevo más de 20 Km. sin ver una señal de trafico ni líneas blancas en el suelo y en la cual llevo media hora sin cruzarme un coche. En un lugar que por no haber no hay ni desierto. Pero en el que alguien ha ordenado que se aposte un policía. Estoy sacando mi pasaporte cuando en dirección contraria aparece un carro tirado por un caballo y conducido por dos jóvenes que no pasan de la veintena.
El agente se separa del coche y les da el alto.
Yo me sonrío, control de policía a un carro. Me pregunto que papeles les va a pedir. Mi sorpresa es mayúscula cuando veo que el carro en vez de frenar acelera. El policía que no sale de su asombro pone cara de mala leche, me arroja el pasaporte y me grita "Sava Sava" haciéndome gestos para que me vaya.
A los del carro se les ha caído el pelo, pienso mientras reanudo la marcha, si les atrapan, porque por el espejo retrovisor puedo observar como el policía echa a correr tras los fugitivos. Se encontraba allí sin coche, moto o bicicleta.
Así me alejo con la imagen del policía corriendo walkitaki en mano. Y yo que había pensado que está estancia en Túnez iba a ser más aburrida por culpa de la adaptación, digo de la "acosrumbramiento"
4 comentarios
Alover -
Job -
Otra vez será
Pigmalión -
Pero ¿donde diablos tenías la cámara de fotos?!!!!
Warren Keffer -